La creatividad, contraria a las ideas erróneas generalizadas que podemos tener de ella, es una capacidad que se encuentra potencialmente en cada uno de nosotros. Y, como toda capacidad o habilidad, requiere ser estimulada y orientada para su óptimo desarrollo. Lamentablemente, en la actualidad, las ideas erróneas que se tienen acerca de ella han ganado terreno y ésta ha sido concebida como un conocimiento superior y díficil de desarrollar en las aulas de educación básica. Sin embargo, las diferentes investigaciones propuestas por diversos autores tales como Bono (1994) o Gámez (1998) tratan de reestructurar su verdadera naturaleza.
En primer lugar, la creatividad no es innata; Bono (1994) nos afirma que, si bien bien algunas personas serán mejores que otras, luego de entranar la capacidad creativa todos la habrán adquirido. En segundo lugar, creatividad no es sinónimo de genialidad; de acuerdo a investigaciones psicológicas, por encima de un CI de 120 nadie necesita ser un superdotado para ser creativo. En tercer y último lugar, la creatividad no requiere ser excesivamente original, pues la originalidad sólo se constituye como uno de los criterios que la caracterizan.
La creatividad es un concepto complejo que va desde la creación de algo completamente nuevo, a la concepción individualista del mundo y las respuestas que se dan ante situaciones de conflicto desde diferentes perspectivas (Menchén, 1998 y Gámez, 1998). No obstante, existen una serie de características que nos pueden ayudar a una persona creativa: Muñoz (1994) afirma que el pensamiento creativo es fluido, flexible y original; y que es influenciado, de acuerdo con Balart y Césped (1998), por factores psicológicos, sociales, asociados al grado de rígidez o libertad de las relaciones interpersonales.
¿Cómo los maestros podemos estimular la creatividad?
Menchén Bellón (1998) propone una serie de estrategias. Resalto dos que considero mucho más flexibles y de mayor aceptación: