14 Sep
14Sep

En los últimos años, uno de los aspectos que más ha atraído la atención de los investigadores ha sido la relación entre la neurociencia, el cerebro y la emoción, siendo la última un elemento clave para lograr aprendizajes a lo largo de todas las etapas de la vida (en especial durante la adolescencia).

El aprendizaje, si bien se produce por una serie de procesos químicos y eléctricos que transmiten la información captada por los sentidos, no sería posible sin la superación de los filtros del cerebro, denominados sistemas reticulares de activación (RAS). Dichos filtros dependen de la amígdala y la dopamina, las cuales suelen impulsar la información que tenga sifnificado afectivo o esté asociada al placer (Willis y Campos, 2008, como se citó en Coloma y Rivero, 2015).

Dada la preponderancia de las emociones como impulso para el aprendizaje, de acuerdo con Morris y Maistro (2005, como se citó en Coloma y Rivero, 2015), lo conveniente sería no solo enfocarse en el accionar docente (enfoque conductista), sino en cómo el estudiante le brinda atención y significado a la nueva información que se recepciona (enfoque cognitivista, constructivista y humanista); es decir, no mostrar únicamente la información sino motivar al estudiante para que le atribuya un valor emocional y así la información no caiga en el olvido. 

Sin embargo, el incluir el componente emocional en las sesiones de aprendizaje- en la cultura occidental- se considera poco importante, dado que el concepto que se tiene de las emociones es que son "incontralables, nada fiables y en oposición a lo científico y racional" (Coloma y Rivero, 2015, p. 5). No obstante, gracias a los estudios en neurociencia de Damasio (1999) y Le Doux (2001), actualmente se puede señalar que las emociones ayudan a centrar la mente, a fijar prioridades y no se oponen al pensamiento racional.

En síntesis, las emociones no solo fijan la nueva información que percibimos y contribuyen al aprendizaje, sino que también estimulan químicamente el cerebro para ayudarlo a recordar (Goleman, 1996, como se citó en Coloma y Rivero, 2015), nos ayudan a tomar decisiones y predisponen nuestro cuerpo (a través de componentes químicos como la vasopresina o serotonina) a desarrollar conductas en respuesta a los estímulos de nuestro entorno. Por lo tanto, el estrés, el aburrimiento y somnolencia en una de sesión de clase revelan lo importante que son las emociones en el aprendizaje, y como éste tiene procesos complejos que se producen desde estratos celulares (componentes químicos) hasta conductuales (relación profesor alumno, sesiones didácticas y ambiente estimulante).

Por todo lo antes visto, ¿cómo los docentes podemos favorecer el aprendizaje desde nuestro accionar?

De acuerdo con Cassasus (2007), se debe crear un clima estimulante y agradable y se debe reestructurar la relación entre el docente y el alumno (docente como amigo), como también se debe interpretar el mundo interno de los educandos, observándolos en lo emocional, gestual, expresivo, corporal, etc.

En ese sentido, propondría dos sugerencias a los docentes:

  • Decorar el aula de clases en un trabajo colaborativo con los alumnos
  • Desarrollar visitas de campo o paseos que fortalezcan la relación docente- alumno.
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